Hay momentos en la vida en los que uno siente que se ha perdido. Que ya no sabe quién es. Que ha hecho tanto esfuerzo por adaptarse, complacer, encajar… que ya no queda mucho de lo que un día fue genuino o auténtico.
Y entonces, el cuerpo empieza a hablar. Las finanzas se desordenan. La creatividad se apaga. Y la vida parece haberse detenido.
Eso le pasaba a Karla.
Cuando llegó a mi programa Kamino, no buscaba una terapia emocional, ni quería hablar de su infancia. Su intención era clara: mejorar su relación con el dinero. Decía sentirse estancada, con deudas, sin lograr producir lo suficiente a pesar de su talento.
Pero como tantas veces sucede en estos viajes del alma, lo que creemos que queremos no es lo que verdaderamente necesitamos.
Y lo que Karla necesitaba no era más dinero…
Sino reencontrarse consigo misma.
El momento que la quebró
Karla me permitió compartir esta primera sesión en el Podcast La escuela del todo. En el episodio 23 podrás encontrar la grabación de la sesión completa, con mis comentarios y explicaciones.
En esta sesión, la que le dedicamos a mirar la sombra, apareció una escena dolorosa. Estaba en su vehículo con su pareja de entonces, años atrás. Karla recordó cómo, él la miró de arriba abajo y le dijo con desprecio:
“Te vistes horrible. No me representas. Eres una mamarracha.”
Esa frase, aparentemente superficial, le desmoronó la identidad.
No era una “crítica constructiva” a su estilo. Mas bien era una invalidación total. Una sentencia que decía:
«Tu forma de ser me da vergüenza.»
Y desde ahí, algo en ella se apagó.
Comenzó a esconderse. A adaptarse. A vestirse como creía que debía. A dejar de hablar como hablaba. A dejar de hacer lo que amaba.
Y esa pérdida de autenticidad sembró la base para una profunda desvalorización interna.
La ausencia de dinero como síntoma del estancamiento
Cuando no nos valoramos, nos cuesta mucho recibir valor del mundo.
Y el dinero es una forma de valor.
No es solo un medio de intercambio. Es también una manifestación simbólica de lo que sentimos que merecemos.
Y Karla, como muchas otras personas, no se sentía merecedora. Se fue perdiendo el respeto, el amor sano… y la disposición a recibir un buen sueldo también.
Trabajaba como locutora, pero cada proyecto la llenaba de ansiedad. Sufría del “síndrome del impostor” y le costaba poner precio a su trabajo.
En Kamino, exploramos juntos lo que había debajo de esa sensación de «yo no puedo».
Y no tardamos en encontrarlo.
La huida como protección
Había en Karla una tendencia clara a evadirse.
Cuando algo la dolía, se iba. Literalmente.
Salía en su coche a dar vueltas, inventaba excusas, evitaba sentir.
Reconocí en ella rasgos del Eneatipo 7, cuya estrategia principal es huir del dolor interno y distraerse con lo externo. El Eneagrama de la personalidad nos ayuda a encontrar estas estructuras y mecanismos con rapidez.
Esa forma de ser, tan luminosa y alegre en apariencia, muchas veces esconde una tristeza antigua, profunda, y no expresada.
Y allí, en medio de la sesión, Karla se quebró y accedió a la raíz.
La niña que no pudo ayudar a su mamá
Volvimos a una escena de su niñez.
Tenía 12 años. Se había encerrado en su cuarto mientras escuchaba los gritos de su padre y sus hermanos.
Su madre lloraba.
Y ella, sin saber cómo, sintió que debía hacer algo. Que era su responsabilidad.
Pero no pudo.
Y ese sentimiento de impotencia y tristeza por no poder ayudar a su madre, se quedó guardado en su cuerpo.
Entonces todo comenzó a encajar.
Su madre también había vivido con la economía a cuestas, pidiendo prestado, sobreviviendo emocionalmente tras una separación.
Y Karla, inconscientemente, había repetido esa historia… con todos los detalles, además.
Había elegido un hombre que la desvalorizó. Había sostenido una economía inestable.
Todo para, de alguna forma, poder sentir lo que sintió su mamá.
Para comprenderla.
Para amarla desde su dolor.
El legado no sanado se repite
Esto lo veo constantemente.
La fidelidad invisible al dolor de nuestras madres es una fuerza tremenda.
Pero cuando no se vuelve consciente, se convierte en una trampa. Porque en lugar de amar, repetimos.
Y nos alejamos de quienes somos, por seguir caminando en los pasos de alguien más.
Finalmente, con el trabajo interno, llegamos a verlo con claridad… y podemos elegir.
La compasión como medicina
Le dije a Karla que la autoestima no se construye desde el juicio, ni desde la exigencia.
Se construye con autoconocimiento, confianza y compasión.
Y que la sombra –todo eso que ella había escondido, desde su forma de vestir hasta su manera de expresarse– no era el enemigo, ni venía a hacerle daño.
Era su guía, es decir, la sombra era la señal para llegar a ella misma.
Esa parte de ella que gritaba por ser vista, integrada, abrazada.
Porque no puedes atraer valor si no te valoras.
Y no puedes valorarte si estás incompleta, con partes de tu alma perdidas en otras líneas de tiempo, entregadas injustamente a fantasmas del pasado. Para ser quien verdaderamente eres, tienes que hacer ese viaje, hacer ese “Kamino”, recuperarte y transformarte.
El fresquito del alma cuando vuelve a casa
Al final de la sesión, Karla dijo algo que me llenó el corazón:
«Siento un fresquito… como si me hubiera quitado una mochila invisible de encima.»
Ese “fresquito” es el alma regresando al cuerpo.
Es el momento sutil pero inmenso en el que una persona se permite volver a sí misma.
Y desde ahí…
Desde esa autenticidad…
Comienza la verdadera abundancia.
¿Te sentiste identificado o identificada con Karla?
¿Hay algo en tu historia que todavía no has querido mirar, pero que ya pide ser sanado?
Kamino no es solo un proceso terapéutico.
Es un viaje de regreso a ti.
Si quieres hacer tu viaje de integración de las partes perdidas de tu alma, visita la página del Programa Kamino haz clic aquí.
Si luego de ver la página tienes alguna duda, puedes pedirme una sesión exploratoria, conversamos y evaluamos tu caso ¿Vale? Escríbeme a [email protected]